«Lo que es visible y sensible no es más que una sombra de lo eterno e inteligible» — Boecio

Cuando hablan los símbolos

Del lenguaje oculto del blasón a la etiqueta como símbolo.

Igual que los manuscritos y vitrales monacales, la heráldica era un lenguaje sobre valores, territorios, aspiraciones y vínculos tan invisibles como reales. Con sus colores, formas y disposiciones hablaba a quien supiera leerla.

Recuperamos este antiguo lenguaje y por eso nuestro emblema no es un logo, es un blasón.

Escudo cuartelado. En el primero y cuarto, de azur, tres lobos en palo pasantes regardantes lampasados de oro y uñados de gules. En el segundo, de gules, una cruz griega de oro, con un alfa y una omega de lo mismo pendientes de su travesaño, que es la Cruz de Peñalba. Debajo, un puente de tres ojos de oro, mazonado de sable, sobre ondas de oro y azur. En el tercero, de oro, tres bellotas caídas y hojadas de oro sobre una banda de gules y doble trechor florado y contraflorado de lo mismo. Al timbre, corona mural con lienzo de muralla sin puertas y realzado por doce torres almenadas, se ven siete, unidas hasta la mitad de su altura por un muro sin almenas, acompañado de capelo de sable con seis borlas dispuestas en tres órdenes a cada lado. Soportado por dos llaves adosadas y decusadas.

En los cuarteles reflejamos el linaje familiar actual, el origen del proyecto como parte de la comarca del Bierzo y la importancia que se le concede al tiempo y a las largas crianzas en la elaboración de nuestros vinos.

Mientras la corona mural refleja el valor de la tierra y la comarca, las llaves representan la dualidad entre la ciencia y el humanismo que rige nuestra visión.

El cordón con borlas es un símbolo eclesiástico que homenajea a los abades de San Pedro de Montes, organizadores de la viticultura en las Tierras del Sil.

Somos herederos de una narrativa profunda, donde la riqueza de la tierra y la labor humana se entrelazan. En este crisol, oro y vino forjaron una identidad única.

La etiqueta de nuestros vinos, lejos de ser un simple envoltorio, es también signo y símbolo: un rostro visible que guarda una alquimia.

Sobre un fondo neutro destacan sutiles detalles dorados que pretenden revivir el asombro que supondría encontrar una pepita de oro en esta tierra roja. En este color se funden dos historias: la del ilustre pasado de la minería aurífera romana y la de una Iglesia que cultivó la viticultura como un acto de fe.

Del escudo a la botella, del signo al sorbo, se despliega el mismo propósito ancestral: contar una historia sin palabras.

Su interpretación ha surgido de las manos de nuestro ilustrador, Pablo Cadenas de Llano, quien ha tomado como inspiración la estética y los detalles de la notafilia decimonónica, época que sentó las bases de la enología actual.